domingo, 5 de mayo de 2019

Inquisidor

Ya no miramos abajo.
No merece la pena. No hay nada que deba ser visto. Marcia lo hizo una vez. Arrancó una Gema luminosa y la arrojó por el borde de su Placa, al vacío, buscando el fondo. Y la Gema cayó, y cayó, y cayó, una mota de luz en medio de la oscuridad, como una lágrima en un desierto… Hasta que allá abajo, más de mil metros por debajo de nosotros, una cosa grande, negra y sin forma, hizo desaparecer la mota de luz. Marcia ya no está entre nosotros. La vino a buscar el inquisidor poco después.

Ya no miramos abajo. No merece la pena. Ni miramos arriba, en busca de un sol que nos ha sido robado, cambiado por las gemas que iluminan nuestras Placas, flotando en e inmenso vacío. Pedazos de tierra flotantes conectados por pasadizos estrechos en los que tratamos de sobrevivir, cultivando lo que crece a la luz de las Gemas. Seres perdidos y desamparados cuya única esperanza son las Gemas, que, a cambio de nuestra energía vital, nos dan luz y calor para cultivar nuestro alimento, y protección contra los grandes Seres del Vacío, serpenteantes y con infinidad de patas que ondulan en el vacío infinito a nuestro alrededor. La esclavitud de las Gemas, que nos cosechan como si fuéramos un alimento más del huerto. Tal vez lo seamos. Tal vez nuestra forma no sean más que tallos y hojas modificados, y la Gema es el verdadero habitante de Xor. Eso creen muchos. Eso creía Marcia. Por eso arrojó la gema por el borde de la Placa. Por eso llegó el inquisidor y la elevó por los aires, con un gesto, llevándosela con él.

Por eso no se habla de ella. No se habla de nadie cuya Gema se haya apagado antes de tiempo, antes de que el Inquisidor haya venido a recogerla. Porque cuando ocurre, éste llega, y toma a la persona a cargo de esa Gema. Les roba el alma, la misma que le entregamos a las Gemas hasta que no podemos más y acabamos rindiéndonos. Eso es lo que creo, pero no se lo he dicho a nadie. Ni siquiera lo he pensado cuando observo al inquisidor pasearse a través de las Placas de Cosecha, en las que se extiende el asentamiento, buscando Gemas brillantes que llevarse. Porque hay algo en su mirada… Su forma redondeada y con pliegues y sus tres pares de manos con brazos cortos y regordetes podría ser simpática al verla levitando alrededor de las placas, pero es su máscara blanca, una máscara simpática usada en el Mundo Antiguo para simbolizar el teatro (Cuando la madre de Marcia, de las últimas familias que habían llegado, nos habló de ello, todos recordamos el teatro, los aplausos, las sonrisas). Pero tras los agujeros hay tres ojos, rojos, pequeños, mezquinos y salvajes, que parecen estar comprobando si hay pensamientos fuera de lugar. Ideas peligrosas. Si sigues mirando hacia abajo.
Cuando tu gema está apagada, entonces es cuando te lleva, elevándote por los aires al extender las seis manos como una estrella, igual que dicen que elevó la primera vez las Placas, y desde entonces, nadie te vuelve a ver. Cuando viene, una vez al mes, a recoger las Gemas brillantes, todos nosotros aprovechamos para correr. Para evitar ir a oscuras y usar la claridad que queda, yendo a las Placas de Nacimiento para desenterrar más Gemas que den luz y protección.

A veces, no llegamos a tiempo. A veces, las formas alargadas y serpenteantes que ondulan en los límites del cerco de luz de las Gemas logran su cometido, y cuando nos descubrimos las cabezas, muertos de miedo, descubrimos que faltan dos de los nuestros. Porque en este mundo, la muerte es la certeza más inevitable. La depredación. Lo único que puedes hacer es gritarle al vacío, es desafiar al tirano que nos depreda, a la oscuridad que acecha serpenteante más allá del cerco de luz. Marcia nunca se acostumbró a nuestro mundo, y observó aquellas criaturas todos sus turnos desde que perdió a sus padres, la última vez que excavaron Gemas. Temían las Gemas, las aborrecían. Querían devorarnos, pero la luz de las Gemas a las que dábamos nuestra energía voluntariamente era algo que no podían soportar. Por eso Marcia agarró una Gema y la tiró sin mirar atrás en dirección al abismo, hacia todas aquellas criaturas.
Pero se equivocaba. Las criaturas no estaban allí abajo. Sólo estaba aquella cosa, al fondo del Vacío, grande, móvil, y con un gran apetito para las motas de luz. Sólo estaba el Inquisidor, silencioso, eterno, con sus seis manos extendidas descendiendo suavemente detrás de Marcia. Preparándose para hacerle cumplir las leyes de aquel lugar, y que nadie volviera a verla jamás.

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